lunes, 29 de julio de 2019

Menos realidad y más ficción



Carlos Yusti

  La televisión convirtió la realidad en un ágora para la política subalterna de cachuchas militares y mesas demagógicas. De igual modo la transformó en un espectáculo de soberana villanía/medianía humana. Los “Reality Show” desnudan las humillaciones y abyecciones humanas de las que somos capaces en circunstancias determinadas. La realidad degradada a su máxima expresión amarillista para vender perfumes y detergentes.
  La vida diaria no le va a la saga a esos programas de realidad mediática y a veces es tan cruda y sin pizca de poesía que uno quisiera escapar por la madriguera del conejo. No es casual que muchos encuentren refugio (y en ocasiones consuelo) en la ficción novelesca. Cuando la realidad pasa por el cedazo de la literatura nuestro mundo ordinario se enriquece. Lo supo Alonso Quijano, quien después de leer varias veces su biblioteca, y en especial los libros de caballería que pintaban un mundo de heroicidades éticas, decidió armarse caballero para vivir la aventura de su vida y evitar en algo que el crepúsculo de la muerte no oscureciera su corazón. Leemos novelas para vivir esa aventura que permita zafarnos de esa estrecha realidad con horarios de oficina y todas esas requisitorias sociales a saber.
  Vladimir Nabovok en sus clases de literatura decía a sus alumnos que las novelas estudiadas no iban a enseñarles nada útil para ser aplicado en los problemas de la vida, que no los ayudaría en la oficina, ni en el ejercito, ni en ninguna parte, pero que podrían ser beneficiosas para que tomaran conciencia sobre esa textura interior de la vida, “pese a todos los errores y meteduras de pata”, la cual también es materia de inspiración y precisión. La novela como obra de arte inspiradora que permite a nuestra alma no perderse en ese filisteo comercio de sombras a pequeña escala, al decir de Lichtenberg.
  Mario Vargas Llosa escribe que los Amautas, especie de sabios escribas en el imperio Inca, eran los encargados de reescribir la historia a la ascensión de un nuevo emperador al poder. Todas las hazañas, construcciones, etc., que pertenecían al  predecesor pasaban a engrosar la historia curricular del nuevo emperador. Vargas Llosa escribe: “Los Incas supieron servirse de su pasado, volviéndolo literatura, para que contribuyera a inmovilizar el presente, ideal supremo de toda dictadura”.
  En nuestro contexto Bolívar (no la moneda, sino el héroe) ha servido a muchos de nuestros gobernantes, en distintas épocas, como muletilla para su demagogia discursiva y con ello legitimar con el barniz de un pasado heroico, sus desafueros y delirios en presente. Tratan de reescribir incluso la historia cambiando fechas y dándole significados nuevos a sucesos históricos para estos calcen  en una reescritura del pasado que los Amautas hubiesen envidiado.
  La lectura de novelas ofrece una oportunidad al discurso de la imaginación que sigue derroteros contrapuestos al discurso oficial encargado de maquillar la realidad con cifras y porcentajes tratando de amoldarla a sus mentiras, intentando que la realidad oficial prevalezca por encima de cualquier opinión contraria ya que la realidad oficial en grandes cantidades nos hará libres y felices. Las sociedades sucumben no por falta de recursos o por el quiebre económico, sino debido a que la imaginación entra en crisis, hace agua por todas p artes y el discurso del poder se instala en todos los resquicios de la vida. La imaginación es ese estrecho tragaluz por el cual asomamos todos los sentidos tratando de respirar un aire menos opresor, buscando escapar de la zarpa de la realidad construida sobre los cadáveres de muchos soñadores.
  Sin duda en la modesta página de alguna novela existe ese destello que permite iluminarnos a través de esa sabiduría singular escrita con los retazos de la vida cotidiana y esas manchas de la realidad creadas por la imaginación, siempre más trascendente y vital que la realidad ordinaria del día a día y de esa improvisada e inventada sobre la marcha desde el poder. Realidades que no podemos obviar cambiando de canal.

GOCE Y LECTURA



Carlos YUSTI


Parte de mi infancia y juventud transcurrió en un barrio en Valencia que surgió a la mala de la invasión de unos terrenos. Durante esta etapa conocí los personajes más pintorescos que pueda la imaginación crear: estaba Hugo que arreglaba todo tipo de aparatos eléctricos y realizaba cualquier oficio hasta que murió electrocutado cuando intentaba instalar unos cables para robar electricidad y abastecer de luz al barrio. Su vida fue intensa. Peleador a cuchillo, varias mujeres a las que amaba (o golpeaba) con pasión. Había pasado algunas temporadas en la cárcel lo que sin duda lo ablandó y lo convirtió en tipo solidario dispuesto para ayudar a cualquiera. Estaba la señora Rosa que un día de torrencial aguacero con relámpagos tuvo un parto de morochos, sin asistencia de ningún tipo, en un infame rancho de cartón y hojalata. Su marido trabajaba como vigilante y esa noche estaba de guardia. A pesar de todo el parto estuvo de maravilla y por esa razón la calle se llama El milagro.
No puede faltar mi gran amigo de la infancia Toño, quien me guió por el mundo radial y aventurero de Martín Valiente. También teníamos a los hermanos Rojas que atendían el bar de la esquina y era los galanes de orilla más cotizados en el barrio. De igual modo merodeaba por sus calles Francisco Saldaña, una mujer vestida de hombre, una “marimacha” como le decían en el barrio, quien en unos carnavales se disfrazó de mujer y dejó varios corazones destrozados. Nuestro loquito de la calle se llamaba Cheo.
En un cuarto alquilado vivía  un señor al que todo el mundo llamaba El Poeta con la más impresionante colección de novelitas vaqueras y quien un buen día me legó parte de su colección debido a que se mudaba por una decepción amorosa con Teresa la chica primorosa, pero algo zorrona o casquivana, que atendía en el bar.
Me inicié leyendo novelitas de Marcial La Fuente Estefanía. Con el correr de los años mi curiosidad lectora buscó nuevos derroteros y le lectura se convirtió para mí en una manera poética de salir del barrio. Sólo la literatura me permitió encontrarle esa costado de metáfora inigualable.
Jorge Luis Borges confiesa en uno de sus ensayos que “pocas cosas me han ocurrido y muchas he leído”. En el barrio ocurrían muchas cosas y entonces era menester escapar de ese docudrama por la ventana de la literatura. Leer era un escape que asumí solo e incluso con la suspicacia de mis padres quienes no creían del todo que leer libros fuese una tarea escolar. Además no les gustaba para nada mi actitud de estar todo el día acostado en el sofá de la sala leyendo, despreocupado de todo a mí alrededor.
Traigo a colación todo esto de mi desabrida niñez y adolescencia para exponer que no leí libros ni para educarme ni por otra atrocidad por estilo y que los motivos para leer son tan variados como lectores existen. Cuando de literatura se trata se habla enseguida de placer, de goce. ¿Qué impulsa a un determinado lector a elegir un libro, a devocionar a un autor, que lleva a ciertos lectores a encariñarse con uno que otro personaje como si se tratara de personas reales?
En lo personal he leído de manera indiscriminada teatro, poesía, ensayo, best-seller, textos de cocina, instrucciones y manuales de aparatos eléctricos, guías de viaje y hasta Paulo Coelho. Las bibliotecas son sólo una colección de nuestros caprichosos placeres.
¿Cuál es nuestro goce cuando leemos? ¿Dónde radica el placer que producen algunos textos? Alberto Mengual escribe: “El placer de la lectura, que es fundamento de toda nuestra historia literaria, se muestra variado y múltiple. Quienes descubrimos que somos lectores, descubrimos que lo somos cada uno de manera individual y distinta. No hay una unánime historia de lectura sino tantas historias como lectores. Compartimos ciertos rasgos, ciertas costumbres y formalidades, pero la lectura es un acto singular. No soñamos todos de la misma manera, no hacemos el amor de la misma manera, tampoco leemos de la misma manera.”

El goce, el placer tienen que ver con un acto íntimo. Podría ser la camaradería amorosa que nace entre un lector con el libro que en ese momento despierta su curiosidad lectora. También podría ser una especie de hechizo que ejerce un autor, o un libro, sobre el lector. Es de igual modo ese deseo que el libro no acabe nunca para perderse como embriagado en sus páginas. El placer aísla, desvanece el tiempo y todo aquello que gira quieto a nuestro alrededor; sólo existe un mundo de palabras creado en edxclusiva para el lector. Antonio Muñoz Molina ha escrito: “Cuando nos encerramos a leer a solas, el gusto de la lectura es un gesto tranquilo e inconsciente de rebeldía. Las obligaciones exteriores quedan temporalmente canceladas y se atenúa el agobio de la realidad. El libro se nos ofrece con una docilidad absoluta: no sólo tenemos la potestad de emprender la lectura donde nos dé la gana y de concluirla cuando nos aburramos o cuando nos llegue el sueño, sino que los personajes están esperando a que les demos una cara y les concedamos una existencia”.

Un lector atenazado en el goce, subyugado por el placer no discrimina nada y hasta los baños públicos son buena lectura si no se tiene un libro a la mano, si no dispone de algún papel impreso como le ocurrió al escritor Somerset Maugham, quien se quedó varado en una estación de trenes sin sus maletas que contenían sus libros dispuestos para el viaje. Mientras esperaba y para pasar el tiempo leyó algunas cartas (varias veces) que traía en los bolsillos. Luego echó mano a la guía de teléfonos y leyó cada nombre dos veces hasta que por fin vino el tren llegó con su equipaje. Luego se quejó que el pueblo no tuviese más habitantes.
El escritor español Juan José Millás cuenta que una noche de insomnio estaba escuchando la radio y la locutora propuso a los oyentes que llamaran a la emisora para leer un poema que les gustara. Algunos oyentes llamaron y recitaron a Neruda, Machado, Gil de Biedma. Poemas que hablaban de la vida, el amor y la muerte. En esa sutil atmósfera y profunda entra una llamada de un oyente quien pidió permiso para leer un fragmento de un manual de usuario y se larga a leer las instrucciones de un teléfono celular: “Este aparato es sensible a las tormentas eléctricas, que alteran su comportamiento, por lo que recomendamos que lo mantenga desconectado hasta que pase el fenómeno atmosférico..." Nadie se preocupa por leer los manuales que traen muchos aparatos domésticos. La lectura es una fuente para el conocer y va desde el aprendizaje de nuevas palabras pasando por personajes insólitos hasta ideas, frases que en determinado momento de nuestra existencia sin duda vamos a necesitar. No es casual que  “…muy conveniente y útil poner por escrito las hazañas e historias antiguas de los hombres fuertes y virtuosos para que sean claros espejos, ejemplos y doctrina para nuestra vida,…” Estas palabras se leen al comienzo de la novela de caballería Tirante el blanco que se salva de la censura y la hoguera que realizan el cura y el barbero en la biblioteca de Don Quijote. Un lector entrampado en el goce y el placer jamás podrá ser censor o inquisidor de libros; de seguro criticará con saña a un libro o un autor, pero jamás los condenará.
Alberto Mengual ha escrito que la lectura nos ofrece también el placer de la inteligencia. Hay autores sean novelistas o filósofos que no son fáciles y constituyen un reto. Si leemos a Sartre, Juan Nuño, Montaigne o Joyce estamos pisando un terreno en el cual se nos exigirá de nuestras capacidades intelectivas. Con algunos autores y ciertos libros vamos a librar la batalla de las ideas, de los razonamientos, las preguntas y las reflexiones que por carambola intuitiva de vez en cuando nos asaltan. Los diálogos de Platón nos invitan a ver como se moldean los puntos de vista hasta llegar a ideas y conclusiones precisas, pero no definitivas. Quizás como lectores no compartamos algunas ideas, pero de eso se trata de confrontarnos y tratar de sacar algo en claro de la existencia. Leer determinados libros puede hacernos sentir más inteligentes, puede echar por tierra nuestras absurdas y banales creencias o afirmarlas y he allí lo inestimable: Los libros no nos enseñan a vivir, pero si nos enseñan a utilizar la inteligencia para vivir. Un hombre que lee es un hombre que piensa.
Los libros son parte de nuestra memoria colectiva y he allí otro goce indiscutible. Leer es un recuento con nuestra historia pasada y reciente. Leer nos permite el goce de recordar. La memoria contenida en los libros es un ramaje que sostiene nuestra memoria individual, la nutre y la fortalece. Leer nos permite compartir una memoria común que es espejo de quiénes somos y con quiénes compartimos cada palmo de este mundo.

domingo, 28 de julio de 2019

FRANZ KAFKA CUMPLIÓ 136 AÑOS



José Carlos De Nóbrega





Franz Kafka cumplió 136 años (I) se trata de una aproximación a su novela “La Metamorfosis”, publicada el año 1915 en plena I Guerra Mundial. JCDN.

Hoy, jueves 4 de julio de 2019, en mi kafkiano cumpleaños cincuenta y cinco, celebro a este contemporáneo nuestro, nacido en Praga hace 136 años. Iniciamos esta serie con “La Metamorfosis” (1915), luego hablaremos del imprescindible ensayo “El Otro Proceso a Kafka” (1969, el cual fue publicado hace medio siglo) de Elias Canetti y, por supuesto, la novela inconclusa pero no menos inquietante “El Proceso” (1925), cuya primera edición en castellano por Losada salió de entre las tinieblas del siglo en 1939.

La Metamorfosis, novela que Jorge Luis Borges deseaba escribir pero que sin embargo tradujo, va más allá del relato sobre una familia disfuncional. Además de las relaciones familiares de poder, Kafka recreó y desarrolló la atmósfera del absurdo que afectó el arte literario para siempre y la captación del despropósito histórico social no sólo de su tiempo histórico sino del resto del siglo XX.

La conversión de Gregor Samsa en un horripilante insecto, va a la par del caos judicial que ejecutó sumarialmente a Joseph K en El Proceso sin que éste lograra conocer el (sin) por qué. La figura del padre padrote y autoritario, adquiere los visos de un parricidio estético y no físico como el que le inflige Dostoievski en Los hermanos Karamázov.

Se contrapuso, sin quererlo, a la celebración lírica y fantástica del Padre realizada por el escritor y dibujante Bruno Shulz, un judío polaco exterminado en el campo de concentración sin gas letal (un oficial SS le descerrajó un tiro, cual inofensivo perro faldero). La novela de Kafka marcaría el tratamiento de este tema, no olvidemos los films Padre Padrone de los hermanos Taviani y Magnolia de Paul Thomas Anderson.

La metamorfosis fantástica de Gregor Samsa, tratada con un aparente y sobrio realismo, introduce la anécdota sin rebuscamientos expresionistas. Siendo evidente y terrorífica la tribulación de este inigualable personaje. La libertad de Samsa, paradójicamente, estuvo condicionada por la manutención de su familia. ¿Valdría la pena dado su vía crucis en el cual fue escupido y lapidado por la indolencia del clan familiar?

El cuestionamiento al patriarcado es doble: El papá biológico y el patrono laboral no se compadecen de su sufrimiento indecible, pues importa más el rol como poblador activo (esclavo asalariado) que el del hijo y compañero de labores. La supervivencia se traduce como el lado oscuro del orden económico y social por demás oprobioso.

El sistema, inferido de la disfuncionalidad familiar, muestra su rostro más severo: El uso materialista del tiempo, la cautividad asalariada y el autoritarismo del empresario capitalista. La “prisa loca” de Gregor para tomar el tren e incorporarse a la oficina, nos revela la tragedia humana en términos inmediatos sin florilegios estilísticos ni elucubraciones sociologizantes: “Era el tal mozo una hechura del amo, sin dignidad ni consideración”.

La situación extrema de nuestro anti-héroe hecho monstruo, posee múltiples aristas e implicaciones: la propensión a la depresión, la marginalidad social definitiva y el desamparo existencial.

La arquitectura macabra nos remite a la casa como Infierno ignaciano, con sus puertas inhóspitas a la derecha y a la izquierda, el llorar y el crujir de dientes, el olor a carne podrida y chamuscada, el vocerío destemplado de los alrededores internos y externos. La escritura se vale de la impiedad cruda del Decir: “En la habitación contigua de la izquierda reinó un silencio lleno de tristeza, y en la habitación contigua de la derecha comenzó a sollozar la hermana”.

Los miembros del clan Samsa, pasado el estupor y el asco, retoman el poder ilusorio y vano de la casa: La madre en labores de costura, el padre y la hija como simples empleados de la banca y los servicios. El agradecido Lar muta en el cuarto leprosario de Gregor: sin muebles ni registro de su humanidad, pues asume funciones de comedero, jaula y depósito de inútiles cachivaches.

El apocamiento del protagonista no procede tan sólo del entorno familiar, sino de su baja auto-estima y falta de vuelo libertario. Tal es el cataclismo a que lo reduce, por ejemplo, las visitas y atenciones de la piadosa hermana, quien le convierte en una curiosa marioneta a su merced: “Mas debió arrepentirse de su proceder, pues tornó a abrir al momento y entró de puntillas, como si fuese la habitación de un enfermo de gravedad o la de un extraño”.

La auto-compasión conduce a Gregor Samsa a una inevitable y progresiva degradación existencial. Si bien a veces resurge la esperanza, sólo que a fuerza de la mitomanía del marginado que procura aliviar su permanente dolor.

La muy desoladora muerte de este ciudadano de a pie universal, bajo el cielo gris del día de su Juicio Final en Praga, significó un extraño y ponzoñoso alivio para su familia: Padre, madre y hermana se tomaron la jornada libre para pasear felices como si nada.



José Carlos De Nóbrega

Ensayista y narrador venezolano (Caracas, 1964). Licenciado en educación, mención lengua y literatura, de la Universidad de Carabobo (UC). Ha publicado los libros de ensayo Textos de la prisa y Sucre, una lectura posible, ambos en 1996, y Derivando a Valencia a la deriva (2006). Fue director de la revista La Tuna de Oro, editada por la UC. Forma parte de la redacción de la revista Poesía, auspiciada por la misma casa de estudios. En 2007 su blog Salmos compulsivos obtuvo el Premio Nacional del Libro a la mejor página web.



FUENTE/ Ciudad VLC

jueves, 25 de julio de 2019

En el circo alucinógeno de Richard Brautigan




Carlos Yusti

La biblioteca de los manuscritos rechazados existe y su creador fue el tantas veces rechazado escritor Richard Brautigan. Para dilucidar a donde irían a parar esos manuscritos no aceptados por las editoriales. escribió una novela: El aborto. Su trama se desarrolla, casi en su totalidad, en una biblioteca que reúne  obras inéditas, que no han sido publicadas.

Esta historia sirvió al escritor David Foenkinos para escribir Le Mystère Henri Pick, traducida en el 2016 con el título “La biblioteca de los libros rechazados”. Foenkinos no soslaya su deuda con Brautigan y en la primera parte sobre El aborto anota: “El protagonista trabaja en una biblioteca que acepta todos los libros que han rechazado las editoriales. Se puede uno encontrar allí, por ejemplo, con un hombre que ha acudido a dejar un manuscrito tras haber padecido cientos de rechazos. Y de esa forma se van juntando ante los ojos del narrador libros de todo tipo. Se puede dar allí tanto con un ensayo como El cultivo de las flores a la luz de las velas en una habitación de hotel cuanto con un libro de cocina que recoge todas las recetas de los platos que aparecen en la obra de Dostoievski”.

El libro de Foenkinos fue adaptada al cine bajo la dirección de Rémi Bezançon. Inmejorable excusa para repasar a un autor poco común del canon literario norteamericano.

En el año 1964 se publicó su primera novela A Confederate General from Big Sur. El libro pasó inadvertido tanto para la crítica como para los lectores. Pero esto no iba a desalentarlo. Siguió escribiendo y todos sus manuscritos posteriores fueron asimismo rechazados

En 1967 se edita La pesca de la trucha en América. La crítica la elevó a la estratosfera y el público la leyó con fruición adictiva. La escribió durante un viaje de campamento con su mujer y su hija, en el año 1961, aporreando una máquina portátil sobre una mesita plegable, en mitad de los árboles, mosquitos y el canto de los pájaros. Era en sí su primera novela, aunque la segunda en editarse. El libro se publicó en otros idiomas y llegó la fama internacional. Brautigan realizó incontables viajes, compró propiedades y se dio esa buena vida que hasta entonces le había esquivado. Las borracheras, la adulación de sus partidarios e incondicionales y las mujeres, las cuales de repente se disputaban su compañía, aportarían lo necesario para su derrumbe. Ciertos colegas celebraron el éxito del loco que escribía. Los medios lo ubicaron en la acera de la contracultura haciendo foto grupal con Dylan, Ginsberg o Timothy Leary. Pero el sueño se disipó algo rápido. Escribió otros libros solo que la crítica los estimó algo holgazanes y sin aportes sustanciales. Sus lectores no encontraban la magia sicodélica de la trucha y dejaron de leerlo. Los sesenta fueron historia. Ahora los yuppies con sus trajes de marca y sus oficinas de vidrios espejeantes eran el resultado de una etapa convulsa. Brautigan era una especie de dinosaurio atascado en el pasado.

Su vida es tan original como la trama (o personajes) de sus novelas. La foto comprende un padre que se largó cuando el escritor tenía apenas 8 meses. También estaba la madre que un tanto ralentizada (como desganada de vivir) destetaba cocinar. Brautigan pasó una hambre canina hasta los 20 años. Para comer algo decente decidió ir hasta la comisaría más cercana y pidió a los policías de guardia que lo encerraran. Les explicó a lo sorprendidos hombres de la ley su historia. Los policías adujeron que no podían encarcelarlo ya que no había cometido delito alguno. Presa del agobio le cayó a pedradas a las ventanas de un edificio.

No fue encarcelado, pero lo remitieron a un centro siquiátrico. El diagnóstico fue irrefutable: esquizofrenia, paranoia y depresión. El remedio fue algunas sesiones de electroshock (doce para ser exactos). Al final fue liberado. En su nuevo estado zombi, un amigo le recomendó escribir como terapia.

Se marcha a San Francisco con algunos manuscritos en el morral. La era Beat, el LSD, la movida hippie y el amor libre están en alza. A todas estas las editoriales siguen rehusando publicar sus manuscritos; algo deshilachados y en los que no hay nudo, personajes con densidad sicológicas o desarrollo en ese viejo estilo de la novela tradicional. No obstante en ese manicomio contracultural (con greñudos, vistiendo ropa de flores estampadas, de chicas desañalidas que leían poesía y eran una quincallería de bisutería orientalista con macrobiótica incluida, de gente que abogaba por la paz en contraposición de la guerra)  Brautigan consigue encajar a la perfección. Junto a su novia se convierte en una estrella de los campus en algunas universidades. Recita poemas, agita y se vuelve una figura destacada bastante seguidores. La novela La pesca de la trucha en América es aceptada y sale de la imprenta. Sucede el milagro y sus 5 minutos de fama se tocan a su puerta.

Luego todo se descontroló. Se aficionó a beber más de lo normal, la fiesta hippie terminó; llegó la reseca y el olvido. Brautigan seguía escribiendo, pero ya era sólo un objeto abandonado en un rincón, presa del polvo y las telarañas. Al final se colocó una mágnum a la altura de la cabeza y lo demás es solo noticia en la página de suceso del periódico local.

Leer las novelas de Richard Brautigan es como asistir a una especie de circo surrealista. Es un mundo barnizado de pirotecnia alucinógena y extraña poética.

La pesca de la trucha en América es un caos organizado. A veces es un poema en prosa, otras un ensayo. Después son cuentos breves, luego un libro de viaje, luego unas memorias de infancia. Colocarle una etiqueta no es tan sencillo. En su otra novela En azúcar de sandia retoma esa fórmula, pero algo menos farragosa. Publicada en el año 1968, describe la existencia de una comuna, tan en boga en esos años. Pero es una comuna bastante imaginativa. Se llama Yomuerte y su producto principal es la sandía. Se trabaja cuando a los miembros les provoca. El sol tiene un color distinto cada día. Se valora el olvido e incluso hay una especie de almacén de cosas olvidadas llamada la Olvidería.

De una novela a otra Brautigan fue decantando su escritura. Dejó todo ese furor hippie e intentó darle más simplificada elegancia a su estilo para acercarse a un naturalismo menos radical, pero sin dejar el absurdo imaginativo que impregna todo su obra. Los capítulos de sus novelas al final ocupan una o dos páginas. Otra de las característica de su estilo es jugar con los géneros hasta darles una nueva vuelta de tuerca. Así su novela El monstruo de Hawkline, un western gótico repasa el género vaquero mezclado con un monstruo producto de un experimento científico.  Con la novela Un detective en Babilonia, una de mis preferida, se enfrasca en una de trama policial con investigador privado de fondo. Un detective evade hacia Babilonia para no asumir su deprimente cotidianidad. Al personaje principal de la novela, C. Card, un buen día jugando béisbol una pelota lo golpeó en la cabeza y le proporcionó la entrada a una Babilonia de fantasía. Babilonia como un escape, como un despiste, pero sobre todo como un metáfora de ese otro lugar donde la vida en menos gris, desencajada y pavorosa.

En las novelas de Brautigan se desliza entrelíneas un humor surrealista ocurrente. Hay bastante desatino, algo de poesía automática y demasiada parábola sicodélica. A sus novelas se les podría aplicar el método paranoico-crítico, ese invento de Salvador Dalí, consistente, según el artista español, en utilizar el delirio para percibir la realidad, interconectando acontecimientos (u objetos) sin conexión aparente y provocar un esplendor intelectual que permita descubrir lo que a simple vista pasaba desapercibido. Al contrario que el paranoico, el artista debía ser consciente del proceso, provocarlo e incluso manipularlo a su antojo.

El poeta beat Lawrence Ferlinghetti consideraba la escritura de Brautigan algo hueca e infantiloide, “Supongo que Richard fue el novelista que los hippies necesitaban en una época analfabeta”. Pero es precisamente esta ingenuidad es lo que hace que sus novelas no pasen al olvido. Brautigan no sigue las reglas para escribir novelas. Todo está como torcido y sin perspectiva al igual que en esas pinturas llamadas ingenuas que parecen pintadas por el candor infantil.

Richard Brautigan puede calzar a la perfección en lo que Italo Calvino denominó como  underdog, es decir el “inadaptado patético, de pobre perro tratado a patadas por la vida”. No obstante sus libros van en una dirección contraria y muestran ese lado menos lúgubre de la existencia, esa algo así como un circo poblado de seres imposibles y situaciones ilógicas.

En la vida real los payasos son trágicos y buscan la presidencia, los tragaespadas cotizan en la bolsa y la gente común cruza la cuerda floja a grandes alturas, para siempre caer al vacío sin red alguna que los espere en la caída. En el circo de Brautigan hay una luz forjada en ese milagro de lo pintoresco. Al parecer es necesario llegarse, de vez en cuando, hasta Babilonia para zafarse de esta realidad también perturbada, pero sumida en esa fúnebre seriedad y de altos ideales de los mediocres que gobiernan en todos los estamentos de la vida.

sábado, 6 de julio de 2019

Libros en la casa de la perdición



Carlos YUSTI


La debilidad de la memoria es proverbial y es a veces como un largo camino con muchos baches y que la gente designa como olvidos. La literatura por lo general rellena esos huecos y con un hilo invisible trae de vuelta algunos recuerdos. Algo de esto me ocurrió con Walter Benjamín y su libro Calle de dirección única, traducido también como Dirección única, que reúne aforismos y textos breves y cuyos títulos son calcados de esos los carteles callejeros. Contaré la historia recuperada de mi memoria gracias al libro de Benjamín.

Tan libresco como soy, y subordinado a los designios de lo fortuito, estuve un buen tiempo como director de una biblioteca. Se hacían diversas actividades culturales. Una de la más relevante eran Las cajas viajeras. Se preparaban algunas cajas con libros, de géneros diversos,  para escuelas, o cualquier grupo organizado que las solicitara. Esta biblioteca, amplia y de dos pisos, hoy ya no existe debido a la sabiduría de un alcalde de pacotilla que padeció la ciudad y cuya gran obra educativa fue desmantelarla.

En las adyacencia de la Biblioteca “Los Mangos” (ostentaba el nombre de algún politicastros de oficio, pero como se encontraba situada en una plaza con frondosos árboles de mangos la gente la llamaba así) estaba un prostíbulo simbólico de la ciudad llamado “La Colmena”.

Un día la secretearía anuncia que dos damas, poco recatadas en el vestir, deseaban conversar con el director. Eran trabajadoras de La Colmena. Explicaron que algunas de las chicas eran de otros estados y muchas vivían en el prostíbulo, alquilando una estrecha habitación. Que en el día dormían y luego se aburrían mucho. Deseaban saber  como era eso de las cajas viajeras. Les expliqué. Estaban interesadas. Pregunté que tipo de libros les gustaría. Una enseguida dijo: “Novelas románticas” y la otra complementó: “Revistas y suplementos, si tienen”. Les dije que en lo personal prepararía la caja y se las llevaría. Que cuando fuese preguntara por Nohemí o Natacha.

En la primera caja incluí algunas novelas de Corín Tellado, Bárbara Cartland y esas noveletas de quiosco denominadas Jazmín, Julia y Bianca. Incluí, claro, novelas de las hermanas Bronté, de Jane Austen, los Cuentos de amor, de locura y de muerte de Quiroga y El monje de Matthew Gregory Lewis. Para interesarlas detallaba de los libros las partes románticas, tétricas y de horror.

Mientras escribía de los libros en la colmena recordé que las vecinas amigas de mi madre llamaban al prostíbulo como la casa de la perdición. Con regularidad iban de visita a referirle los últimos chismes  mamá. Cierta mañana llegó una vecina y luego de la taza de café respectiva soltó el comentario sobre el esposo de “la fulana esa que se cree la gran cosota, pero que es incapaz de controlar al marido que vive metido en una casa de perdición”. Mi mamá con sabiduría sarcástica le dijo: “Será una casa de perdición y todo, pero quizá el hombre encuentra algo en ese lugar y por eso siempre va. Perderse es a veces la mejor manera de uno encontrarse”.

Estuve llevando la caja viajera con libros a esa casa de perdición por espacio de un año. Los cuentos, comentarios y críticas de las chicas, indiscutibles abejas obreras de La colmena, bien valen un escrito aparte.

Retomando la Calle de dirección única,  hay que subrayar lo actual del libro, en cuanto a la forma. Pensamientos y reflexiones que se alejan de los géneros literarios. Es un libro-experimento, como imitando un collage Dadá, (caracterizados por incluir letras de distintos tamaños tipográficos, recortes de todo tipo, palabras sueltas, figuras recortadas de revistas, textos despedazados) en la que el escritor va ensamblando sus ideas a partir de las voces de la calle vociferante de inscripciones y carteles. El libro conformado por sesenta textos breves, que modifican el estilo y el tema de un texto a otro van estructurando un bastante curioso. Libro heterogéneo y misceláneo si se asume lo escrito por Luis Bugarini: “El libro misceláneo es por naturaleza indescifrable, incluso para su autor, que lo descubre según lo ordena. Sus propiedades oraculares desafían las categorías, esos puntos de encuentro habituales en cualquier literatura. Son el tipo de libros que se leen con perplejidad, sin jamás entender a cabalidad el sentido último de lo que se lee. Juego de sombras y partida de cartas, este libro desdeña las fórmulas del tiempo. Es inclasificable y al serlo es un título que nace y gana autonomía por su sola existencia”.

En cada  segmento de texto Benjamín evoca la ciudad como artefacto que tiene su propio léxico. Para él es como un decorado teatral de cafés, tiendas, estacionamientos, edificios atosigados con rótulos y leyendas públicas. Trata de ahondar sobre la vida diaria desde la superficie urbana de las calles de la ciudad. Los textos no siguen un orden temático, ni cronológico y mucho menos de ilación teórica.

El libro tiene similitudes con el blog actual, en el cual el usuario va escribiendo trozos de un discurso múltiple. Los títulos escogidos por Benjamín, para sus fragmentos, imitan los carteles que se pueden encontrar en la calle: Oficina de objetos perdidos, alarma de incendios, se alquilan estas superficies, ¡cerrado por reformas!, Madame Ariane, segundo patio a la izquierda, etc.

En el fragmento ¡Cuidado con los escalones!, escribe: “El trabajo sobre una buena prosa tiene tres escalones: uno musical, donde es compuesta; uno arquitectónico, donde es construida, y, por último, uno donde es tejida”. De esta manera los distintos fragmentos se arman y desde este postulado estilístico el escritor va uniendo objetos y palabras externas con el pensamiento hasta lograr una suerte melodía traducida en escritura. No cualquier escritura, sino esa que trata de dilucidar el presente en un recorrido que a su vez busca unir las piezas dispares de ese rompecabezas urbano, donde la escritura se manifiesta entrecortada, minimalista, desmembrada. Benjamín va anotando ideas, sueños, recuerdos a partir de las distintas formas de expresión anónimas que pueblan la calle y que él transcribe también desde lo fragmentario, como pequeños bloques de un pensamiento que va mutando constantemente como las tonalidades del día, a distintas horas, en la ciudad.

En un recorrido en microbús me dispuse a leer la portada de ese libro urbano, que es a fin de cuenta, la ciudad. Intentaba capturar un poco la esencia del libro de Benjamín. Los carteles que pude observar fueron: Final de canal exclusivo. Amortiguadores e inyectores. Venta de libros usados: “En las palabras hay poder de vida y muerte; quienes las aman comerán de su fruto. Proverbios 18:21”. Boulevard de la comida. Calle Upata. Lotería de Animalitos. Hay punto. Se leen las cartas, se adivina el porvenir y se hacen ensalmes. Funeraria la luz. Espere su turno. Todo en frenos.

El fragmento que trajo a mi memoria a las lectoras de La Colmena tiene el escueto título de Nº 13. Que puede ser perfectamente como el número de una casa, un negocio o algo por el estilo. Dos epígrafes son la pista para acercarnos a su enigmática y satírico planteamiento. Uno pertenece a Marcel Proust: "Trece—siento un placer cruel al detenerme en ese número", que corresponde al tomo IV de Sodoma y Gomorra, de En busca del tiempo perdido: “Me atrevo a confesar que muchas de sus amigas —aún no la amaba a ella— me dieron en una u otra playa instantes de placer. Aquellas compañeras benévolas no me parecían demasiado numerosas, pero últimamente he vuelto a pensar en ellas y he vuelto a recordar sus nombres. Conté doce que en aquella temporada me brindaron sus débiles favores. Recordé otro nombre al instante, con el que hacían trece—entonces siento un placer cruel al detenerme en ese número. Pensé —¡ay!— que había olvidado a la primera: Albertine, que ya no estaba, y que fue la decimocuarta”.

El otro es de Mallarmé: «El repliegue virgen del libro, de nuevo, dispuesto para un sacrificio con que sangró el canto rojo de los antiguos tomos; la introducción de un arma, o abrecartas, para establecer la toma de posesión».

Las 13 muchachas que se entregan al placer se suman a los libros vírgenes que son penetrados con un cortapluma. Benjamín en este fragmento Nº 13 compara los libros, (manoseados por muchos y adquiridos por algún dinero) con las prostitutas. Su ironía bizarra se sustenta en los epígrafes para barnizar/suavizar el comentario con algo de alegoría simbólica.

El fragmento en cuestión tiene acotaciones como esta: I. Los libros y las prostitutas pueden llevarse a la cama./ III. Nadie nota en los libros ni en las prostitutas que los minutos les son preciosos. Sólo al intimar un poco más con ellos, se advierte cuánta prisa tienen. No dejan de sacar cuentas mientras nosotros nos adentramos en ellos./V. Los libros y las prostitutas tienen cada cual su tipo de hombres que viven de ellos y los atormentan. A los libros, los críticos./VI. Libros y prostitutas en burdeles: para estudiantes./ IX. A los libros y a las prostitutas les gusta lucir el lomo cuando se exhiben./ XI. Libros y prostitutas: «vieja beata —joven golfa—». ¡De cuántos libros proscritos antaño no ha de aprender hoy la juventud!/ XIII. Libros y prostitutas: las notas al pie de página son para aquéllos lo que, para éstas, los billetes ocultos en la media.

A mis amigas lectoras de la colmena estos comentarios de Walter Benjamín sin duda les habrían parecido un poco desentonados. Para el autor la finalidad de escribir ese libro fragmentario fue “entender la actualidad como el reverso de lo eterno en la historia y tomar las huellas de esa cara oculta de la moneda”. Lo cierto es un libro como Calle de dirección única, prefigura esos libros del futuro cuyos contenidos se pasean por temas disímiles y que asimismo incluyen cuentos, mínimos ensayos, cuentos hiperbreves, aforismos y anotaciones del más diverso pelaje. Libros que no se apegan a un género definido/definitivo y fluctúan con libertad en esa levedad poética de las hojas secas arrastradas por el viento en esa calle desolada de la memoria.



lunes, 25 de abril de 2016

EL QUIJOTE DE AVELLANEDA


EL QUIJOTE DE AVELLANEDA

“Al lector desprejuiciado y curioso (el lector por antonomasia) que se acerque a esta obra le espera una sorpresa. Desde las primeras páginas se verá ante una obra bien escrita, muy divertida, desvergonzada... y asombrosamente respetuosa con la de Cervantes. Respetuosa porque es perfectamente coherente con el hilo argumental de la primera entrega, y hace un buen ejercicio de continuación”.
José Antonio Millán





Carlos Yusti



El 23 de abril de cada año se celebra el día del idioma y por supuesto el Quijote escrito por Cervantes, no obstante el otro Quijote, el de Avellaneda apenas se menciona.

Antes de la publicación de su obra magna, como lo es Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) era lo que se dice un escritorzuelo del montón. Eclipsado por un conjunto de autores, con un dominio bastante excepcional de la prosa y el verso, Cervantes no encuentra su tono, ni la musa ni la suerte parecen estar de su lado.

Por esa razón decide probar suerte escribiendo teatro. Como autor teatral tampoco brilló mucho debido a que Lope de Vega era el dramaturgo que daba la hora para ese momento. En fin que Cervantes, era un redomado fracasado tanto como soldado, poeta, novelista y escritor dramático. Hasta como funcionario le fue fatal.

En 1594 se le encargó el cobro de los tributos en el reino de Granada. Durante tres años se dedicó a tarea tan poco espiritual. Depositó lo recaudado en un banco de Sevilla, que a los pocos días se declaró en quiebra y Cervantes al no poder rendir cuentas fue a parar a la cárcel, de dónde salió tres meses después bajo fianza. Por esas fechas comienza a escribir el Quijote.

En el año 1605 se publica en Madrid la primera parte de "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha", compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. El éxito del libro fue inesperado, incluso para su autor. Pasaron los años y la gente pedía con entusiasmo la segunda parte en la que presuntamente trabajaba Cervantes.

Emiliano M. Aguilera en el prólogo del libro, "Nuevas andanzas del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", de Alfonso Fernández de Avellaneda informa: "Nueve años después de aparecida la primera parte del Quijote cervantino y uno antes de que la segunda viese la luz, un novelista que decía ser licenciado y llamarse Alonso Fernández de Avellanada publicó en Tarragona, con los correspondientes permisos eclesiásticos e impreso en los talleres de Felipe Roberto, un segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras".

Desde la aparición del libro de Avellaneda, conocido también como el Quijote apócrifo, ni su autor ni el libro gozaron de popularidad alguna y menos todavía al publicarse en el 1615, la segunda parte escrita por Cervantes, que agotó en un año la primera edición realizada por Juan de la Cuesta en Madrid.

Sobre Alonso F. Avellaneda se han producido infinidad de conjeturas y pesquisas, las cuales barajan algunos nombre, pero nada solido se ha decido todavía. Algunos señalan como el cerebro de plan tan elaborado fue Lope de vega, enemigo declarado de Cervantes.

Con el correr del tiempo el Quijote de Avellaneda se convirtió en un libro si se quiere maldito. Su autor fue tachado de advenedizo, resentido y envidioso. En el prólogo escrito por el propio Avellaneda explica las razones que lo impulsaron para escribirlo y de paso aprovecha la oportunidad para clavarle algunas banderillas críticas a Cervantes: “COMO casi es comedia toda la historia de don Quijote de Mancha, no puede ni debe ir sin prólogo; y así, sale al principio desta segunda parte de sus hazañas éste, menos cacareado y agresor de sus letores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra y más humilde que el que segundó en sus Novelas, más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas. No le parecerán a él lo son las razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron —y digo mano pues confiesa de sí que tiene sola una;20 y hablando tanto de todos,21 hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos,22 tiene más lengua que manos—; pero quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte. Avellaneda buscaba, aparte de dinero, un poco de la fama que el Quijote Cervantino había deparado a su autor”.

Lo cierto de todo este asunto es que el libro no tuvo resonancia de ningún tipo, al punto tal que tardó más de un siglo en imprimirse de nuevo en castellano por allá en el año de 1732, también existía una versión francesa de 1702, cuya traducción al francés fue hecha por el escritor Le Sage.

Algunos escritores españoles vieron en el Quijote de Avellaneda una intervención directa del Santo Oficio, que buscaba sustituir el Quijote liberal de Cervantes por un Quijote más apegado a los preceptos ortodoxos de la iglesia.

Nabokov han expresado en su estudio sobre el Quijote cervantino, que Cervantes no le interesaban las cuestionares religiosas y que el libro en unos pasajes era en extremo cruel. Por su parte Marthe Robert escribe: “Al pretender elevar su baratija literaria a la altura de una teología, por el contrario, corre el riesgo de perder mucho de su dignidad. Este resultado secundario de la imitación le proporciona una argumentación a la crítica humanista que en Cervantes ante todo un hombre del Renacimiento, un pionero del racionalismo moderno que emprendió con su mente y su talento una lucha sorda contra el oscurantismo de su época”.

El Quijote de Cervantes es una novela prolífica y caótica, el de Avellaneda es más coherente y versátil. Además, es bueno dejar claro que Avellaneda no imitó el Quijote cervantino, sino que se sirvió de los personajes principales, para escribir una continuación con una atmósfera y con un estilo propio.

Avellaneda elimina algunos personajes, convierte al Quijote en el caballero desenamorado y otros aspectos por el estilo. Su narración es directa, aunque bastante lenta. Los personajes pierden su halo irreal y se hacen más corrientes y descarnados. Los diálogos no poseen sutileza y rozan la escatología castiza sin pruritos intelectuales.

Jorge Luis Borges en algún texto enumeró como una de esas magias parciales del libro de Cervantes, que los personajes sean lectores del Quijote e incluso del Quijote de Avellaneda y, que, además, emitan opiniones y juicios traspapelando la realidad y la ficción. Como sucede en la segunda parte: "Y poniéndole un libro en las manos, que traía su compañero, le tomó don Quijote, y sin responder palabra comenzó a hojearle, y de allí a un poco se le volvió diciendo: "En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprehensión. La primera, en algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que el lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más le confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí dice que la mujer de Sancho Panza se llama Mari Gutierrez, y no llama tal, sino Teresa Panza".

Nabokov ha escrito que Cervantes critica en el autor del Quijote espurio, errores y descuidos que él mismo cometió en proporciones alarmantes sea por falta de inspiración, cansancio etc. O como lo escribe Nabokov: "Al escribir la obra, Cervantes parece haber pasado por fases alternativas de lucidez y vaguedad, planificación meditada y descuido desaliñado, del mismo modo que su protagonista está loco a trozos. La intuición lo salvó".

Al parecer mientras escribía la segunda parte del libro no tuvo a la mano la primera parte y recordó el libro de manera desordenada y a fogonazos como lo hubiese hecho un lector común y como quizá lo recordó Avellaneda.

En el Quijote de Avellaneda, según lo escrito por Segundo Serrano Poncela, los personajes eran como más terrestres, más mundanos. Don Quijote y Sancho dejaron de ser personajes trajeados de palabras y hazañas metafóricas para adquirir rasgos menos líricos y como más  cercanos a la cotidianidad.  Poncela escribe: "El honrado Avellaneda debió trazarse mentalmente un esquema a su modo del orbe cervantino. Tenía por delante un loco cuya singularidad estaba en confeccionar ciertos tipos de locuras y unos cuerdos que gozaban del disparate con un placer elemental y de superficie tal como en los pueblos se goza del espectáculo del tonto o el chiflado,."

Con esos personajes, un loco que se cree caballero andante, un glotón ordinario que vomita refranes y que le acompaña en su travesía enajenada, Avellaneda trató de allanar otro terreno narrativo, se apropió de los personajes creados por Cervantes y los movió desde una perspectiva normal, dando rienda suelta a una segunda parte más vulgar y realista, desechando lo quijotesco de la vida y presentando la existencia hispana de la época de manera desnuda y sin asomo alguno de humor o poesía. Ese puede ser el pecado de Avellaneda, no obstante su obra puede ser considerada hoy como la otra cara de la moneda de un personaje mucho más vital y grande que su autor.

Nabokov escribió que eso de considerar el Quijote como la mejor de todos los tiempos es una soberana tontería y que la verdad es que no es siquiera una de las mejores novelas del mundo, pero su protagonista es en si la invención más genial y extraordinaria de Cervantes.

La publicación del Quijote de Avellaneda ha sido para los cervantistas posteriores sólo un amago inútil, un artilugio vano. Jamás consideraron que Avellenada fue el primero en darle importancia al libro de Cervantes, es decir el primer cervantista que se interesó en la obra.

Para los escritores contemporáneos Cervantes no existía en lo absoluto. Ni Lope de Vega, ni Quevedo ni Baltasar Gracian se dieron por aludidos con la publicación del Quijote y mucho menos se preocuparon por su autor, cuya biografía es tan difusa como la España que recorre el caballero de la triste figura. Nabokov escribió: "Debemos, pues, imaginarnos a Don Quijote y su escudero como dos siluetas pequeñas que van caminando allá a lo lejos, sobre un fondo dilatado crepúsculo encendido, y cuyas negras sombras, enormes, y una de ellas especialmente flaca, se extiende sobre el campo abierto de los siglos y llega hasta nosotros".

Avellaneda tuvo la virtud de sentir la sombra de esas dos siluetas gigantescas y no pudo escapar al embrujo y es así que con, villana o ingenua intención, quiso escribir un Quijote más manejable a los esquemas mentales del hombre de su tiempo y se entregó a la tarea de escribir su espurio Quijote, prefigurando con ello a Pierre Menard, el personaje de Borges que quería escribir no otro Quijote, sino el Quijote.

Hoy día el acto de Avellaneda tiene más de metáfora que de acto vil, tiene más de poética literaria que de empresa quijotesca. El Quijote de Avellaneda ha pasado la prueba y hoy en día puede considerarse otra obra imprescindible de la literatura clásica española.

viernes, 22 de abril de 2016

Canto en el borde


Carlos Yusti
   


El arte siempre ha tenido su galería de raros de rigor. Artistas y escritores de distintos pelaje que se aproximan bastante a la paradoja, que rozan a tal punto la caricatura que se convierten en personajes imprescindibles para conocer la naturaleza humana y esa ansia de formar parte de esa ruleta rusa del arte y la literatura.
   En el arte parecen existir muchas posibilidades, pero las más visibles son el fracaso rotundo en alguna disciplina artística o ser el peor del gremio, pero a pesar de ello alcanzar cierta notoriedad y prestigio.
En esa galería de pésimos notables está el director de cine Edward. D. Wood Jr, el poeta William Topaz McGonagall y es pecado venial no incluir a la cantante lírica Florence Jenkins Foster.
    Edward D. Wood Jr., del quien Tim Burton realizó una película sobre su vida, quiso ser director de cine y alcanzó su sueño. Se especializó en películas serie “B” donde el misterio, el terror y lo realmente singular fueron los ejes de unas cintas donde se notaba el bajo presupuesto y la impericia estética del director. No obstante filmes como La novia del monstruo, Glen o Glenda y, sobre todo, Plan 9 del espacio exterior, hoy se consideran películas de culto no por sus inteligentes argumentos o sus sobresalientes actores( un vidente, un luchador sueco, una presentadora de televisión de películas de terror, una excavador de tumbas y una gloria en decadencia del cine como Bela Lugosi), sino por sus carencias y errores garrafales.
   Cuando uno tiene 15 años es capaz de escribir poemas almibarados y plenos de suspiros y primaveras, pero después uno se disuade y se olvida de esa poesía mala que ni en los baños públicos. No obstante el Poeta William Topaz MacGonagall a la edad de 47 años tuvo una iluminación y se desató a escribir, sin haber leído poesía, y una de sus primeras creaciones dice:
"El cerdo, si es que no estoy equivocado,
Nos da salchicha, jamón, tocino ahumado.
Por mucho que los demás no estén de acuerdo,
Me parece muy estúpido este cerdo".
   No contento con escribir poemas de un sublime atroz se fijó como tarea ofrecer recitales. Como es lógico los locales en los cuales se presentaba se abarrotaban. La gente iba a pasar un momento de carcajada escuchando los poemas más horribles y las rimas más absurdas: "En Nueva York comí salchichas de pork ..." Hoy en su Dundee natal en Escocia se le festeja como una gloria incomparable y orgullosos sus habitantes le dejan flores a su busto y  saben que Topaz MacGonagall es la suma de la mala poesía sin rival en el mundo.
   Cantar es un arte complicado, aunque con la tecnología actual cualquiera puede hacerse de una voz más o menos coherente en armonías. El canto lírico es todavía mucho más exigente ya que se educa la voz y el cuerpo para alcanzar notas altas de excelencia y prodigio. Florence Foster Jenkins no tenía voz, pero como tenía dinero hizo todo lo posible por convertirse en cantante lírica. Disuadida por familiares y amigos nunca hizo caso a las críticas, ni siquiera cuando comenzó a dar recitales y los críticos musicales la destrozaban. Patricio Lennard escribió: “Se puede cantar mal. Se puede cantar pésimo. Pero no se puede cantar como Florence Foster Jenkins”. Por Internet pueden encontrar grabaciones de esta mujer aferrada con vehemencia a su arte.
   Lo espantoso de su voz dio paso a la leyenda. De los íntimos recitales privados entre amigos y conocidos fue adquiriendo confianza y se presentó en el auditorio del Ritz-Carlton de Nueva York.
Al cumplir los 72 años su noche de consagración definitiva ocurriría en el Carnegie Hall, la sala estaba completamente hasta el tope. Esa noche recaudó 6.000 mil dólares.  La gente pagó para reírse, otros por curiosidad y los más crueles para abuchearla. Jenkins  con una naturalidad y una altivez de artista con dominio de su arte salió al escenario. Unas ridículas alas de cartón brillante salían de su espalda. Acompañada de un pianista inició su histórico recital. Durante espectáculo vocal hubo risas, carcajadas, chiflidos, pero al final la cantante hizo la venia de gran diva del canto y la sala estalló en un aplauso increíble. Foster Jenkins murió unas semanas después convencida de su grandeza como cantante.
   En una oportunidad Foster Jenkins dijo con pasmosa naturalidad: “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá jamás decir que no canté”. Ella está entre las pocas cantantes líricas que ha interpretado el aria de la reina de la noche de la Flauta mágica de Mozart, un verdadero reto para cualquier cantante lírica. Sin duda que ella masacra el aria como nadie, pero nadie puede quitarle su coraje de haberla interpretado.
   No sé que asusta más si esa persistencia obstinada o ese no atreverse. En cualquier caso el arte es un gozo, un placer que debería estar por encima de críticas y oscuros rencores de quienes nunca se han atrevido a cantar, escribir o pintar; de quienes nunca se han atrevido a pisar esa luz temblorosa de ser el mejor practicando una actividad artística de la peor forma posible.
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Carlos Yusti (Valencia-Venezuela, 1959). Es pintor y escritor. Cofundador del grupo Literario Los Animales Krakers y de la revista Zikeh. Su última exposición conceptual fue La Tapa del Frasco, revista-objeto, 2015. Ha publicado Pocaterra y su mundo (Ediciones de la Secretaría de Cultura de Carabobo, 1991); Vírgenes necias (Fondo Editorial Predios, 1994), De ciertos peces voladores (1997). Dentro de la metáfora: absurdos y paradojas del universo literario (2007); Para evocar el olvido y otros ensayos inoportunos (Ediciones del Perro y la Rana, 2007) y Poéticas del ojo (editado por El perro y la rana, 2012) que reúne sus textos sobre arte. “A la brevedad posible” (Libro-objeto, ensayos-2015. 80 ejemplares numerados). “Cartografía del tahúr solitario”, (libro-objeto que consiste en 40 cartas de baraja. Ensayos/2016. 150 libros numerados) En 1996 obtuvo el Premio de Ensayo de la Casa de Cultura “Miguel Ramón Utrera” con el libro Cuaderno de Argonauta. En el 2006 ganó la IV Bienal de Literatura “Antonio Arráiz”, en la categoría Crónica, por su libro Los sapos son príncipes y otras crónicas de ocasión.

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